Durante mucho tiempo se ha reconocido el papel fundamental que juega el suelo en la seguridad y calidad de la alimentación humana a través de su función productiva. Más recientemente, se ha reconocido su papel en múltiples funciones ambientales, tales como la regulación del ciclo del agua, la infiltración, el control de la contaminación y la retención del agua, con beneficios directos en la prevención de inundaciones y la mejora de la calidad del agua.

En los últimos tiempos se ha prestado especial atención al papel que juega el suelo en los ciclos biogeoquímicos, especialmente en el ciclo del carbono y en la potencial contribución del aumento de las reservas del suelo a la mitigación del cambio climático. De hecho, los suelos tienen una reserva de carbono superior a la suma de lo que existe en la atmósfera y en la biosfera, y esta reserva es fundamental para que el suelo realice todas sus funciones ecológicas de forma sostenible. Mantener e incrementar la materia orgánica del suelo también puede traer un enorme beneficio para la preservación de la biodiversidad (se estima que el 25% de esta corresponde a los organismos del suelo), con beneficios evidentes para la calidad del medio ambiente y los alimentos, la salud del ecosistema y la salud humana.

Por todo ello, el suelo es cada vez más reconocido por diversas instituciones internacionales como un recurso estratégico para el desarrollo sostenible de la humanidad, y su preservación es de indudable importancia.